1. La formación al servicio de la catequesis.
A. La pastoral de catequistas en la Iglesia particular.
Para
el buen funcionamiento del ministerio catequético en la Iglesia
particular es preciso contar, ante todo, con una adecuada pastoral de
los catequistas.
a. Suscitar en las parroquias y
comunidades cristianas vocaciones para la catequesis. En los tiempos
actuales hay que promover diferentes tipos de catequistas, o sea,
catequistas especializados.
b. Promover un cierto número de
catequistas a tiempo pleno, que puedan dedicarse a la catequesis de
manera más intensa y estable, junto a la promoción de catequistas de
tiempo parcial, que ordinariamente ser n los más numerosos.
c.
Establecer una distribución más equilibrada de los catequistas entre
los sectores de destinatarios que necesitan catequesis. La toma de
conciencia de la necesidad de una catequesis de jóvenes y adultos, por
ejemplo, obligar a establecer un mayor equilibrio respecto al número de
catequistas que se dedican a la infancia y adolescencia.
d.
Promover animadores responsables de la acción catequética, que asuman
las responsabilidades en el nivel diocesano, zonal o parroquial.
e.
Organizar adecuadamente la formación de los catequistas, tanto en lo
que concierne a la formación básica inicial como a la formación
permanente.
f. Cuidar la atención personal y espiritual de los
catequistas y del grupo de catequistas como tal. Esa acción compete,
principal y fundamentalmente, a los sacerdotes de las respectivas
comunidades cristianas.
g. Coordinar a los catequistas con los
demás agentes de pastoral en las comunidades cristianas, a fin de que
la acción evangelizadora global sea coherente y el grupo de catequistas
no quede aislado de la vida de la comunidad.
B. Criterios inspiradores de la formación de los catequistas.
a.
Se trata ante todo de formar catequistas para las necesidades
evangelizadoras de este momento histórico con sus valores, sus desafíos y
sus sombras. Para responder a ‚l se necesitan catequistas dotados de
una fe profunda, de una clara identidad cristiana y eclesial y de una
honda sensibilidad social. Todo plan formativo ha de tener en cuenta
estos aspectos.
b. La formación tendrá presente también, el
concepto de catequesis que hoy propugna la Iglesia. Se trata de formar a
los catequistas para que puedan impartir no sólo una enseñanza sino una
formación cristiana integral, desarrollando tareas de iniciación,
educación y de enseñanza. Se necesitan catequistas que sean, a un
tiempo, maestros, educadores y testigos.
c. Preparar
catequistas integradores, que sepan superar tendencias unilaterales
divergentes, y ofrecer una catequesis plena y completa. Han de saber
conjugar la dimensión veritativa y significativa de la fe, la ortodoxia y
la ortopraxis, el sentido social y eclesial. La formación ha de ayudar a
que los polos de estas tensiones se fecunden mutuamente.
d.
La formación de los catequistas no puede ignorar el carácter propio del
laico en la Iglesia y no debe ser concebida como mera síntesis de la
formación propia de los sacerdotes o de los religiosos. Al contrario, se
tendrá muy en cuenta que su formación recibe una característica
especial por su misma índole secular, propia del laicado, y por el
carácter propio de su espiritualidad.
e. Finalmente, la
pedagogía utilizada en esta formación tiene una importancia fundamental.
Como criterio general hay que decir que debe existir una coherencia
entre la pedagogía global de la formación del catequista y la pedagogía
propia de un proceso catequético. Al catequista le sería muy difícil
improvisar, en su acción catequética, un estilo y una sensibilidad en
los que no hubiera sido iniciado durante su formación.
C. Las dimensiones de la formación: el ser, el saber y el saber hacer.
La
formación de los catequistas comprende varias dimensiones. La más
profunda hace referencia al ser del catequista, a su dimensión humana y
cristiana. La formación la ha de ayudar a madurar, ante todo, como
persona, como creyente y como apóstol.
Después está lo que el
catequista debe hacer para desempeñar bien su tarea. Esta dimensión,
penetrada en la doble fidelidad al mensaje y a la persona humana,
requiere que el catequista conozca bien el mensaje que transmite y, al
mismo tiempo, al destinatario que lo recibe y al contexto social en que
vive.
Finalmente está la dimensión del saber hacer, ya que la
catequesis es un acto de comunicación. La formación tiende ha hacer del
catequista un educador del hombre y de la vida del hombre.
Más adelante expondremos en que áreas es donde el catequista debe profundizar su formación.
D. Diversos tipos de catequistas, hoy especialmente necesarios.
El
tipo o figura del catequista en la Iglesia presenta modalidades
diversas, ya que las necesidades de la catequesis son variadas.
a.
Los catequistas de tierras de misión, a quienes se aplica por
excelencia el título de catequista: sin ellos no se habrían edificado
Iglesias hoy día floreciente. Los que tienen la función específica de la
catequesis y los hay también que cooperan en las distintas formas de
apostolado.
b. En algunas Iglesia de antigua cristiandad, con
gran escasez de clero, se deja sentir la necesidad de una figura en
cierto modo análoga a la del catequista de tierras de misión. Se trata,
en efecto, de hacer frente a necesidades imperiosas: la animación
comunitaria de pequeñas poblaciones rurales, carentes de la presencia
asidua del sacerdote; la conveniencia de una presencia y penetración
misioneras en las barriadas de las grandes metrópolis.
c. Un
tipo de catequista que conviene promover es el del catequista para
encuentros presacramentales, destinado al mundo de los adultos, con
ocasión del Bautismo o de la primera Comunión de los hijos, o con motivo
del sacramento del Matrimonio. Es una tarea con originalidad propia en
la que con frecuencia pueden confluir la acogida, el primer anuncio y la
posibilidad de un primer acompañamiento en la búsqueda de la fe.
d.
Otros sectores humanos de especial sensibilidad que necesitan
urgentemente de otros tipos de catequista son: las denominadas personas
de la tercera edad, personas desadaptadas y discapacitadas, los
emigrantes y las personas marginadas por la evolución moderna.
e.
Otras figuras de catequista pueden ser igualmente aconsejables. Cada
Iglesia particular, al analizar su situación cultural y religiosa,
descubrir sus propias necesidades y perfilar, con realismo, los tipos
de catequista que necesita. Es una tarea fundamental a la hora de
orientar y organizar la formación de los catequistas.
2. Vocación y fisonomía del catequista.
Ser catequista es una vocación en la Iglesia que nace de su misma condición de bautizado y confirmado (GPCM 2).
La
primera forma de Evangelización es el testimonio y en concreto el
testimonio de la caridad. El hombre contemporáneo cree mejor en a los
testigos que a los maestros (Rm 42; EN 41), más a la experiencia que a
la doctrina; más a la vida y a los hechos que a las teorías (RM 42).
El testimonio de vida cristiana es la primera e insustituible forma de
evangelización (RM 42)
El catequista, por tanto, estará dispuesto a
vivir entregado a la edificación de la comunidad cristiana, poniendo en
juego las capacidades y carismas recibidos del Espíritu para bien de
todos ( GPCM 2).
A. Papel vital de la vocación del catequista:
"A
propósito de la evangelización, un medio que no se puede descuidar es
la enseñanza catequética. La inteligencia, sobre todo tratándose de
niños y adolescentes, necesita aprender mediante una enseñanza religiosa
sistemática los datos fundamentales, el contenido vivo de la verdad que
Dios ha querido transmitirnos y que la Iglesia ha procurado expresar de
manera cada vez más perfecta a lo largo de la historia.
A
nadie se le ocurrir poner en duda que esta enseñanza se ha de impartir
con el objeto de educar las costumbres, no de estacionarse en un plano
meramente intelectual. Con toda seguridad, el esfuerzo de
evangelización será grandemente provechoso, en el ámbito de la
enseñanza catequética dada en la Iglesia, en las escuelas donde sea
posible o en todo caso en los hogares cristianos, si los catequistas
disponen de textos apropiados, puestos al día sabio y competentemente,
bajo la autoridad de los Obispos. Los m‚todos deber n ser adaptados a
la edad, a la cultura, a la capacidad de las personas, tratando de fijar
siempre en la memoria, la inteligencia y el corazón las verdades
esenciales que deber n impregnar la vida entera. Ante todo es menester
preparar buenos catequistas -catequistas parroquiales, instructores,
padres- deseosos de perfeccionarse en este arte superior, indispensable y
exigente que es la enseñanza religiosa.
Por lo demás, sin
necesidad de descuidar de ninguna manera la formación de los niños, se
viene observando que las condiciones actuales hacen cada día más urgente
la enseñanza catequética bajo la modalidad de un catecumenado para un
gran número de jóvenes y adultos que, tocados por la gracia, descubren
poco a poco la figura de Cristo y sienten la necesidad de entregarse a
él" (EN 44).
B. Fisonomía teológica del catequista:
Vamos
a analizar cómo ven la Biblia y los documentos del Magisterio de la
Iglesia la fisonomía del catequista. Nos lo muestran, ante todo, como un
testigo de la fe. ¿Por qué? Porque su testimonio se asemeja al profeta:
como el profeta, sus palabras y sus acciones deben presentar el mensaje
de Dios al pueblo. Es obvio que no tiene una inspiración especial de
Dios como el profeta. Pero, cuando el catequista es dócil a la Palabra
de Dios y la transmite con fidelidad, es Dios quien habla por ‚l. Se
convierte en instrumento de la Palabra vivificadora.
También se
nos muestra en estos documentos bíblicos y eclesiales como un Apóstol de
la Palabra, pues su misión no la realiza por sola decisión personal,
sino que es la gracia de Dios quien le envía. Pero conviene destacar
también que no tiene una llamada especial. Todo cristiano debe
evangelizar y transmitir el mensaje de Dios con sus palabras y con sus
obras.
También aparece, desde luego, como un evangelizador.
Porque su misión es transmitir el Evangelio. Su evangelización se
manifiesta, sobre todo, en su labor profética. Como vimos más arriba
hablando de su parecido con el profeta, difunde los valores del
Evangelio principalmente con su palabra y con su testimonio.
C. Fisonomía humana del catequista:
El
catequista es un educador. El educador no es sólo quien transmite
informaciones. Es quien trata de configurar las virtudes y actitudes de
sus discípulos de acuerdo con el modelo del hombre nuevo que presenta el
Evangelio.
Pero es un educador con un ámbito finalidad muy
definidos: la fe. No es un educador de todas las dimensiones del hombre.
Puede hacerlo. Y, muchas veces, su labor tiene como resultado
desarrollar al hombre íntegramente. Pero, ordinariamente, su labor va
orientada al desarrollo de la dimensión sobrenatural de la persona. Y
aquí radica el misterio de su acción. Porque su meta esta más allá de
sus capacidades. Tiene que educar la fe. Pero la fe es don sobrenatural.
Sólo Dios puede darla.
También es un traductor, pues tiene por
tarea hacer comprensible y asequible el mensaje del Evangelio con nuevas
palabras y nueva luz. Su tarea se encuentra entre el contenido
invariable de la Buena Nueva y la urgente necesidad de presentarlo
adaptado con nuevo lenguaje a las diversas personas que llegan ante ‚l.
D. Características prioritarias del catequista:
Es evidente que un catequista debe tener muchas cualidades. Pero unas son más importantes que otras. He aquí las principales:
1. El compromiso eclesial: su vida est al servicio de la comunidad local y universal.
2. El sentido misionero: no restringir su acción a quienes frecuentan el templo o al territorio de su propia parroquia.
3.
La iniciativa: no conformarse con realizar las actividades
evangelizadoras comunes y rutinarias. Debe encontrar nuevas reas y
medios para catequizar.
4. La superación integral: educarse en
los valores humanos, en las formas sociales, en la capacidad para
analizar la realidad y en las virtudes humanas.
5. El trabajo
en equipo, el esfuerzo para no caer en la pereza, la programación seria
del trabajo y el ansia de aprovechar las diversas oportunidades que
encuentren para evangelizar más y mejor.
6. La prudencia para
no comprometer su acción evangelizadora por la participación en
actividades partidistas o de ambigua moralidad, que obstaculicen la
transparencia de su labor. De todos modos, se deben educar en la
necesidad de comprometerse socialmente y decididamente en favor de la
justicia, la verdad y la honestidad.
7. La coherencia en su
condición de evangelizadores, que no descuida su participación en las
necesidades de la sociedad, de su vida familiar y de su compromiso con
quien necesita ayuda.
8. El sentido ecuménico que le lleve a
no perder el tiempo en discusiones inútiles con miembros de otras sectas
y saber respaldar el testimonio de auténtica fe ante quienes desean
dialogar sinceramente.
Un buen catequista, además de educar la fe de quienes reciben sus cursos, puede tener unos frutos indirectos:
1. Promover la vitalidad de la parroquia, al activar más a otros laicos.
2.Promocionar
socialmente a sus comunidades, actuando como contactos en programas de
desarrollo social, educadores de los promotores y desarrollando
actividades de unión y convivencia comunitarias
3 Detectar y enviar vocaciones al Seminario mayor y menor, y a conventos de religiosas.
4
Facilitar el acercamiento de católicos alejados con la parroquia,
penetrar lugares a los que no alcanza la pastoral ordinaria del
sacerdote o de los religiosos (CL, 28).
5 Frenar el avance de
las sectas: al formar más a los católicos, los vacunan y hacen estéril
la acción proselitista de cristianos fundamentalistas, que ven
infructuosos sus trabajos y abandonan su acción.
En resumen, un
buen catequista se distingue por su profesionalidad. Es decir, su
vocación se convierte en una acción responsable y amorosa. La
profesionalidad hace que toda la vida del catequista refleje el mensaje
que transmite con alegría. Para lograrlo, necesita capacitación
especializada y experiencia. Por eso, debe vivir la obediencia ante la
autoridad; la honestidad para dedicarse a su labor seriamente sin buscar
compensaciones; y la decisión para mantener definida su vocación, a
pesar de las crisis y limitaciones.
Preferentemente, los
catequistas deben ser autóctonos, para que tengan más capacidad de
inculturación. En caso de no serlo, deben luchar constantemente por
asimilar y adaptarse a la comunidad en que opera.
PARA REFLEXIONAR:
"Catequistas
que luchan por hacer realidad los valores del Evangelio y siguen los
criterios pastorales de Jesús que prefiere a los pobres, que hace la
voluntad del Padre y entrega toda su vida al servicio del Reino de Dios.
Hombres y mujeres que revelan a la comunidad el espíritu de las
bienaventuranzas encarnado en sus vidas" (GPCM 149-3).
E. Ministerio y compromiso del catequista:
En
algunas diócesis, se ha establecido el ministerio del catequista como
una estructura estable y respaldada por la Jerarquía para desarrollar la
Nueva Evangelización. A nivel universal, sólo se ha establecido como
ministerio de lector y de acólito. Es muy conveniente este ministerio,
por ser el catequista parte vital en la predicación y en la vida de la
Iglesia. Todavía no tiene carácter jurídico propio.
Recordemos
que un ministerio es dar valor público y respaldo comunitario a una
tarea eclesial. El catequista es un ministerio de hecho, porque tiene su
valor ante todos y la comunidad lo necesita. Pero conviene que también
sea reconocido jurídicamente en las diócesis que el Obispo lo estime
oportuno. ¿Por qué? Porque elevar una tarea eclesial a rango de
ministerio, asegura mayor atención de parte de la Jerarquía y mayor
comprensión del pueblo.
Muchos de nuestros catequistas no siempre
son valorados, pues se piensa que se dedican a esta tarea quienes no
sirven para otras más importantes. Más todavía, hay parroquias que
destinan razonables sumas de dinero para mejorar la liturgia y ni un
centavo para la catequesis.. Y ¿cómo va a desarrollarse una actividad si
no se le invierten esfuerzos y energías? Por otro lado, la realidad
muestra crudamente que el actuar del catequista es una tarea muy
absorbente en el tiempo que exige, en el esfuerzo que requiere y en la
capacitación que reclama. Institucionalizar, pues, el ministerio de los
catequistas permitiría que la comunidad les diera una dignidad legal
merecida, les otorgara la imagen eclesial que se merecen dentro de la
comunidad y los sostuviera en sus gastos económicos.
Algunos
piensan que conferir el ministerio al catequista es clericalizarlo. Es
decir, provocar que entre demasiado en las estructuras eclesiales y
pierda su condición de laico. Pero también es bueno tener en cuenta que
su labor es eminentemente laical, dado que est n inmerso en su realidad
familial, laborar y social. Y, para que sea un buen catequista, siempre
deber sentir y palpitar al paso de la problemática y de las necesidades
de quienes debe educar. Por eso, sólo se clericalizaría un catequista
en el momento que se encerrase entre los muros de un templo sin unir la
fe que transmite con la vida que le rodea.
La catequesis tiene su
fuerza mayor hoy en tantos laicos que dan su tiempo y su capacidad para
formar la fe de tantos católicos. Y no reciben un centavo por su labor.
Esta fuerza nunca desaparecerá. Pero es importante destacar la obra
realizada por catequistas laicos asalariados en la evangelización de
varios países en Latinoamérica y en otros continentes.
Cuando
un eminente catequeta escuchó sobre la existencia de evangelizadores
laicos asalariados en una diócesis, comentó: "No me parece correcto que
los laicos vivan del dinero del altar". Y, el sabio obispo, necesitado
de evangelizadores de tiempo completo por carecer de suficientes
sacerdotes, le respondió: "Puede ser. Pero recuerde la palabra de la
Escritura: `Quien trabaja en el altar, que viva del altar´". El
estudioso agregó: "De acuerdo, Monseñor. Pero eso est bien para el
sacerdote...". El Obispo añadió sonriente: "Lea Ud. la primera epístola a
los Corintios, a ver si el versículo 14 del capítulo 9 sólo se refiere a
los sacerdotes...".
PARA REFLEXIONAR:
"Kerigma y
catequesis. Desde la situación generalizada de muchos bautizados en
América Latina, que no dieron su adhesión personal a Jesucristo por la
conversión primera, se impone, en el ministerio profético de la Iglesia,
de modo prioritario y fundamental, la proclamación vigorosa del anuncio
de Jesús muerto y resucitado, raíz de toda evangelización, fundamento
de toda promoción humana y principio de toda auténtica cultura cristiana
(cf. Juan Pablo II, Discurso inaugural, 25 de la Conferencia del
CELAM).
Este ministerio profético de la Iglesia comprende
también la catequesis que, actualizando incesantemente la revelación
amorosa de Dios manifestada en Jesucristo, lleva la fe inicial a su
madurez y educa al verdadero discípulo de Jesucristo (cf. CT 19). Ella
debe nutrirse de la Palabra de Dios leída e interpretada en la Iglesia y
celebrada en la comunidad para que al escudriñar el misterio de Cristo
ayude a presentarlo como Buena Nueva en las situaciones históricas de
nuestros pueblos" (SD 33).
3. La formación del catequista:
Somos
conscientes de la necesidad que todos los laicos tienen de una
formación sólida e integral. Esta necesidad es más urgente para los
catequistas cuya misión es comunicar a los demás el mensaje de Cristo.
Se requiere una formación permanente que le ayude a conocer mejor su fe a
crecer en experiencia y a mantener un proceso de constante conversión (
GPCM4)
La formación del catequista depende mucho del modelo de
catequista que se desea lograr. La meta que nosotros proponemos es
formar un educador de la fe. Esta opción suscita la necesidad de lograr
muchas metas. Las hemos descrito en los apartados anteriores. Ahora,
sólo vamos a establecer algunos criterios sobre cómo lograrlo. No puede
haber nueva catequesis sin catequistas bien formados
a. Debe procurarse siempre el equilibrio en los cuatro sectores esenciales de la formación del catequista:
- la formación doctrinal.
- la formación espiritual.
- la formación metodológica.
- la formación humana.
b.
La formación debe equilibrar la capacitación intelectual con la
experiencia real. Es decir, es indispensable la formación por la acción.
Porque la experiencia directa provoca reflexión y estimula el estudio
personal.
c. Es necesario definir el modelo de catequista
que se desea conseguir, de acuerdo con las necesidades o con los
programas de trabajo. Es obvio que no es lo mismo preparar un catequista
de niños que uno de adultos, o uno para indígenas de la sierra que para
universitarios. El modelo determina el programa de formación que se
impartirá.
d. Un buen programa de formación de catequistas
debe tener mecanismos de acompañamiento para ayudar a cada uno ante las
dificultades y preguntas que le vayan surgiendo en su trabajo.
e.
Debe evaluarse el avance o las necesidades del programa educativo, para
precisar cuáles variantes o novedades se requiere incluir en el
programa inicialmente previsto. Para lograrlo, es muy útil conocer qué
piensan y proponen los mismos catequistas. De lo contrario, hay el
riesgo de errar en las apreciaciones y de resolver sólo una parte de las
necesidades.
A. Formación doctrinal.
a.
La formación del catequista inicia con una buena base doctrinal. ¿Por
qué? Porque el conocimiento y asimilación de la fe ofrece la posibilidad
de vivir un proceso catecúmena personal y la experiencia del propio
crecimiento en la fe.
b. Sean amplios o reducidos, los
programas de formación doctrinal para catequistas deben armonizar
siempre las cuatro reas esenciales de la doctrina cristiana: credo,
moral, sacramentos y espiritualidad.
c. El catequista
necesita conocer cuáles verdades tienen sólido fundamento y cuáles son
opinión de escuela. Es decir, el catequista necesita doctrina segura
para diferenciarla de las múltiples ideologías existentes.
B. Formación espiritual.
a.
El catequista necesita acrecentar su experiencia de Dios durante toda
su formación. La consigue por la participación litúrgica y sacramental,
por la oración personal y comunitaria, por el ejercicio de hábitos que
purifiquen sus actitudes ante Dios.
b. El catequista
necesita fuertes experiencias eclesiales para crecer en sus motivaciones
evangélicas. Es muy útil aprovechar las ocasiones que ofrece la vida
misma de la comunidad o momentos especiales como la visita al Obispo, la
participación en algún congreso, etc.
c. El catequista
debe realizar un proceso constante de superación en su compromiso de fe
durante todo el periodo de formación. Porque lo que más contribuye a
transmitir la fe es el testimonio de vida. Y el catequista, como hombre
caído y herido por el pecado, necesita elevarse para vivir más de
acuerdo con el ejemplo de Jesucristo. Todo avance en la coherencia de su
vida con la fe que transmite, ser el mayor ‚éxito en su formación.
d.
Es importante desarrollar una actitud eclesial de unidad y de
corresponsabilidad que permita al catequista saber trabajar junto a los
otros y dejar trabajar a los otros. Siempre hay el riesgo de convertirse
en críticos despiadados y obstáculo de otro catequista, o de querer
aislarse en la acción evangelizadora. El sentido de catolicidad eclesial
debe lograrse con actitudes de respeto y apoyo a la variedad de
carismas presentes en la Iglesia.
e. El catequista debe
educarse en la fidelidad a la Iglesia. Debe crecer constantemente en la
convicción de que no es el transmisor de una doctrina propia y de unas
metas personales. Debe ser consciente de que es un miembro de la Iglesia
y trabaja en nombre de Ella. Su expresión más común de fidelidad
eclesial la verá en la sumisión que viva ante las pautas que reciba de
su Obispo y del Papa como cabeza de la Iglesia universal.
f.
La formación debe aportar al catequista la conciencia de poseer una
misión evangelizadora. Y debe valorar que esta misión la ha recibido de
Dios por medio de la Iglesia. Ser catequista es una vocación a la que
responder, no un plan personal de prestigio propio. Cuando el catequista
es consciente de su llamada sobrenatural, es más abierto a los demás,
más humilde ante las contrariedades y más dócil al Espíritu.
g.
Toda la formación del catequista debe construirse sobre el amor
personal a Jesucristo y a la Virgen Santísima. De este modo, su
espiritualidad tendrá motivaciones purificadas y estímulos fuertes.
3. Formación metodológica.
a.
Un catequista se forma mejor mediante una metodología activa. Sus
intervenciones frecuentes le permiten presentar dudas, aportar
experiencias y moderar sus posiciones. La metodología activada le educa
también el sentido social y comunitario de la vida, le forma en el
trabajo en equipo y le hace más abierto y respetuoso ante los demás.
b.
La formación del catequista también debe ser práctica. La mejor forma
de lograrlo es que participe, al mismo tiempo que recibe su formación,
en una acción evangelizadora. De este modo, puede ir experimentando en
su propia persona cuanto aprende. Los ejercicios dentro del salón de
clase pueden ser útiles para obtener algunos consejos del instructor,
pero no sustituyen el contacto con la acción catequística directa.
c.
El catequista debe desarrollar sus capacidades de comunicador. Lo puede
lograr tanto con el esfuerzo por participar en cada ocasión que le
ofrezca el proceso formativo como con el aprendizaje de técnicas
sencillas y eficaces (medios audiovisuales, consejos para hablar en
público, sugerencias para preparar una clase, etc).
d. Es
preciso enseñar al catequista el uso adecuado de los instrumentos más
comunes e inmediatos de la catequesis: audiovisuales, catecismos,
textos, pizarrón, etc.
e. Hay que desarrollar mucho la
capacidad de comunicación en el catequista. Esta comunicación no es sólo
verbal. Se logra con tres cosas:
- simbolización: que sepa concentrar en símbolos y signos vivos e impactantes su mensaje y su impulso motivador.
- expresión: que llene de carga afectiva sus intervenciones.
- gusto: para seleccionar las experiencias y recursos en sus clases.
f.
El catequista debe aprender a realizar el análisis de la situación del
ambiente en que debe trabajar. El catequista necesita conocer bien el
contexto en que trabaja. De lo contrario, no obtendrá buenos resultados
porque desconocerá el campo de trabajo.
D. Formación humana.
a.
Muchos catequistas tienen urgente necesidad de completar su formación
humana. Suelen tener mucha vitalidad espiritual y religiosidad profunda.
Pero necesitan mayor equilibrio emocional, firmes actitudes y fundada
madurez que les facilite mantener las opciones hechas y la coherencia
entre lo que creen y lo que viven.
b. La formación del
catequista necesita desarrollar las virtudes humanas. ¿Qué podemos
esperar de un catequista insincero, irresponsable, sin respeto hacia los
demás, etc? Las virtudes humanas se obtienen mediante una buena
explicación y la ayuda de un prudente consejero que posibilite la
afirmación de hábitos estables de comportamiento.
c. El
catequista necesita recibir valores humanos muy sólidos y en todos los
niveles (de sobrevivencia, culturales, sociales, artísticos, morales y
trascendentales). Recordemos que la formación de los valores se obtiene,
sobre todo, mediante las experiencias personales y el análisis que
confronta unos valores con otros.
d. El proceso formativo
del catequista debe enseñarle a analizar y enjuiciar equilibradamente
las personas y los acontecimientos que van cruzándose en su vida. La
cultura cambiante, llena de antivalores consumistas y superficiales,
exigen una jerarquía de valores definida y valiosa al catequista actual,
para que pueda adaptarse y transformar evangélicamente a su comunidad.
PARA REFLEXIONAR:
"Los
catequistas necesitan una formación que los capacite para responder a
las exigencias de su ministerio. La catequesis, "es un arte superior"
que pide de los catequistas sólidos conocimientos en las ciencias
humanas y divinas. Asimismo espera de ellos una amplia visión del
ambiente donde trabajan, de la sociedad donde se encuentran y de la
‚poca que les ha tocado vivir.
Los documentos del Magisterio de
la Iglesia, no dejan de insistir en la urgencia de formarlos para estar a
la altura de las tareas que se les encomiendan" (GPCM 153) y ser
instrumentos adecuados y eficaces en las manos de Dios, pues Él es en
definitiva el origen y la causa de la salvación pero ha querido que
seamos sus mensajeros, para llevarla a nuestro hermano.
Autor: Salvador Hernández